lunes, 22 de noviembre de 2010

EL Bar del Capitán

Seguramente muchos de los que han de estar leyendo este título creerán que se trata de una alguna aventura bohemia o de una simple noche de parranda entre amigos que terminan con deliradas pero cálidas conversaciones de borrachos.
Hablar del Bar del Capitán es evocar no solamente el lugar de encuentro de muchas generaciones de artistas y de sus más representativas estrellas, si no es de mencionar el lugar preciso donde nuestra música se nutrió del aporte que estrellas como Daniel Santos o Héctor Lavoe le dieron.  Es anecdótico ver como estrellas de porte mundial en el ámbito musical, podían pasar sus noches de libación y parranda en un bar rustico con poca infraestructura, que más bien asemejaba  una cantina cualquiera, a aquel bar conocido en el ambiente artístico de elite en Latino América.
Aquí es donde las canciones de JJ fusionaron acordes más rítmicos que aportaba solamente el arte de la improvisación que era acompañado por diferentes guitarristas y tenores que se disputaban los turnos solamente para hacer un acompañamiento a la voz ecuatoriana de todos los tiempos.
La importancia artística de esto sitio radicaba en el ambiente que se creaba entre narradores, poetas y cantantes que inspiraban a más de uno a realizar una nueva creación, o mejorar y dedicar una ya realizada es por eso que durante las décadas del 60, 70 y 80 se hacen las aportaciones más significativas al pentagrama nacional.
Es partir de la década del 90 que la música extranjera y la fidelidad del sonido le restan importancia a los músicos de guitarra y presentación en vivos, por lo que son prácticamente obligados a buscar otra actividad con la que sustentarse, dejando de ser su actividad profesional para pasar a ser un hobby o cachuelo que evocaba mejores épocas, como si fueran un Quijote fuera de su tiempo.
Es así que aún se los encuentra en esta esquina reunidos de jueves a domingo en la noche, como si hicieran vigilia por algún amigo caído mientras la indiferencia se hace presente en los que los rodean. Ya son pocos casi inexistentes  mirando con paradoja como el que fue su sector está invadido de letreros que ofertan mariachis, como si los cachetearan en la cara por ser los últimos bastiones de la música nacional.
Es que hemos hecho un harakiri al dejarnos llevar por la moda y el bombardeo mediático, despreciando nuestras raíces, nuestros orígenes estamos negándonos, estamos saboteándonos. Me da pena decirlo que alguna vez fui también parte de esa conspiración que contagia y te obliga a cierto punto para no quedar fuera del círculo social de la mal llamada moda.
 Y es que extraño aquel olor a madera y licor fresco con limón, mostrándonos un cuba libre criollo al puro estilo Guayaquileño.  Aquellas fotos que veía en la pared y me hacían moverme como un chiquillo curioso que pasa con cara de asombro por cada pared. Extraño aquella noche de sábado de un 2005 en que me uno de los momentos memorables de mi vida ocurrió, haber tenido una noche de bohemia en el rincón más artístico de Guayaquil.

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